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Presentación

La posibilidad de una ética de la representación implica, en primer lugar, el reconocimiento del artificio que toda representación conlleva, es decir, aceptar que las representaciones no son contrastables con criterios de verdad, y que el sentido de las representaciones radica en su utilidad. Pueden ser útiles en cuanto medios de conocimiento, en cuanto medios de manifestación de realidades invisibles, en cuanto juegos o divertimentos, en cuanto generadoras de placer estético o en cuanto instrumentos para la creación de comunidad.” 

Con rigor conceptual y argumentativo, pero con un formato interesante y ligero (43 capítulos breves que pueden leerse por separado, en el orden que interese al lector o en un orden propuesto por el autor, distinto del consecutivo, para seguir el hilo de ciertas temáticas), José A. Sánchez presenta, desde diversas perspectivas, aspectos clave de la intersección entre ética y representación en la práctica escénica actual. 

Alguna vez Michel Foucault dijo que debía estarse ahí donde surgen las ideas, donde estallan con toda su fuerza, y eso constituye esta obra de José A. Sánchez: la oportunidad de asistir al estallido de propuestas no sólo de Iberoamérica, sino también de Asia, Europa y países árabes en una selección y reflexión sobre prácticas escénicas que ofrecen maneras desafiantes y relevantes de examinar o responder a problemáticas sociales de las últimas décadas. 

 

    

    

Fragmento del penúltimo capítulo "Historia de este libro"

La prehistoria de este libro se remonta a la primavera de 2011. Yo agotaba los últimos meses de estancia de investigación en Londres cuando el grupo Yuyachkani me invitó a participar en un encuentro sobre “Memorias y representaciones” en el marco de la celebración del 40 aniversario de la fundación del grupo, que tendría lugar en Lima durante el mes de julio. La cuestión de la “representación” no formaba parte de mis reflexiones en ese momento. De hecho, había dedicado mi año sabático a una serie de lecturas filosóficas y literarias guiadas por la idea de “in-trascendencia” (una versión aligerada de la “inmanencia”) (1), experiencias relacionadas con la investigación-creación y una serie de estudios y reflexiones dispersas que me llevaron a iniciar un blog (2). El título del blog, “parataxis” procedía a su vez de otro proyecto en el que me encontraba inmerso, la curaduría, junto a Lara Khaldi de la V edición del Jerusalem Show, “On/Off language” (3). De hecho, la invitación de Yuyachkani llegó poco antes de mi primer viaje a Jerusalén, para iniciar los preparativos del evento con los integrantes de la Al Ma’mal Foundation for Contemporary Art (4).

Desde Londres, seguía con atención y entusiasmo las noticias que llegaban de España. La movilización ciudadana iniciada el 15 de mayo en Madrid fue el detonante de un proceso de transformación política, en el que aún estamos inmersos, que devolvía la esperanza a quienes se habían visto expropiados de derechos y futuro por una crisis económica que nadie vio venir y abandonados por unos representantes que carecían de respuesta. En aquel momento, aún no se conocían las dimensiones reales de la corrupción en la que se había instalado la oligarquía económica y política en España. Pero se conocía lo suficiente para que surgieran ficciones políticas productivas del tipo: “No, no, no nos representan”, “Lo llaman democracia y no lo es”, “Somos el 99%”, “Democracia real ya”, “Stop desahucios”, “Toma la calle” (5). Los jóvenes, y en general los ciudadanos del sur de Europa, estaban experimentando en sus propias carnes lo que los ciudadanos de América Latina habían experimentado en las décadas anteriores como consecuencia de la corrupción de los políticos y la aplicación de las recetas neoliberales del FMI.

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Estando aún en Lima, recibí una nueva invitación, en este caso de la Universidad de Antioquia. Las organizadores del II Congreso Internacional de Estudios Teatrales “Indisponer la escena” me invitaban a impartir otra conferencia. Era la oportunidad de desarrollar lo que entonces había quedado meramente esbozado. El título propuesto para aquella intervención fue “Ética de la representación”.

Cuando regresé a Madrid, lo que me encontré no fue la acampada de Sol, sino la visita del Papa Ratzinger, y una irrespirable atmósfera de alegre beatería. Afortunadamente, estaba en Madrid de paso, solo para tomar el avión que me llevaría de nuevo a Palestina. Fueron meses intensos de aprendizaje y trabajo en colaboración con Lara, Jack Persekian, Jumana Emil Aboud, Isa Frej y muchos otros profesionales de la cultura y el arte contemporáneo que resisten día a día con su práctica y su pensamiento la ocupación genocida del Estado de Israel.

El colonialismo israelí parece de otra época, pero precisamente por ello pone en evidencia la inhumanidad implícita a todo colonialismo. “Inhumano” es considerar a otros seres humanos inferiores en derechos, y esto en Palestina está además materializado en la realidad brutal del muro. Su desproporción, en relación al cuerpo de los hombres, mujeres y niños a quienes el muro cotidianamente y de manera efectiva determina, es también una metáfora de la impotencia del individuo que se resiste a dejar de ser humano. Jack Persekian sostenía en 2006 que hablar de arte palestino sólo tiene sentido desde una óptica no identitaria, pues lo palestino adquiere efectividad simbólica al ser considerado como atributo de “un estado de ánimo, de un estado existencial que puede ser interpretado y contrastado con otras situaciones y estados traumáticos” (11). Palestina podría ser cualquier lugar, y hacer arte palestino no es más que resistir esas tres violencias contra los pueblos y contra los cuerpos de los individuos.

Fue duro retornar a la actividad académica en España. La Universidad se encontraba en el mismo estado depresivo que el resto del país. El shock provocado por la crisis de la deuda había despertado a las clases medias e intelectuales de cualquier perverso sueño neocolonial, y las enfrentaba a la cruda realidad de un nuevo orden mundial gobernado por los mercados financieros, las grandes corporaciones y un selecto grupo de representantes políticos, organizado en alianzas hasta hace poco inverosímiles. La voracidad del mercado desataba nuevos modos de colonialismo interior, que actualizaban a modo de venganza histórica la barbarie desatada por el colonialismo europeo quinientos años atrás, replicada en Palestina, y que se tradujo y se vuelve a traducir en la negación de la dignidad, el negocio de los cuerpos y la apropiación por parte de unos pocos de los derechos teóricamente asignados a todos los ciudadanos.

La crisis de representación y el crecimiento de la desigualdad, ya no contemplado como un defecto del sistema, sino como un programa, obligaban a una reacción política. La crisis del humanismo y la degradación de los derechos humanos, convertidos en una religión que nadie respeta, obligaban a una reacción ética. ¿De qué modo las prácticas artísticas que tradicionalmente han trabajado con la representación estaban dando respuesta a estos dos imperativos? 

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