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Presentación

Las artes visuales han mantenido un diálogo permanente con el teatro desde principios del siglo XX. Bajo el influjo del simbolismo, las vanguardias hicieron suya la idea de “obra de arte total” y concibieron el teatro como un espacio de realización de la misma, en tanto el cine aún no estaba en condiciones técnicas de producirla. En paralelo, el teatro y la danza se aproximaron a las artes visuales en busca de su definición como artes autónomas, reivindicando su independencia de la literatura y de la música. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo, la relación se invirtió: el modelo de “obra de arte total” fue sustituido por la idea de “obra abierta” y las artes visuales practicaron la teatralidad entendida como una recuperación del cuerpo, de sus experiencias y de sus huellas, tanto por parte de los artistas como por parte de los espectadores. En este itinerario se analizarán los modos en que las artes visuales han utilizado la teatralidad y al mismo tiempo cómo el diálogo entre los medios ha producido sucesivas redefiniciones de todos ellos: de la pintura, la escultura, el cine, la danza y el teatro, pero también nuevos modos de teatralidad y de performatividad en las prácticas contemporáneas de la instalación, el audiovisual, la acción y otras “artes del tiempo”.

Hablamos de teatralidad cuando quien actúa o quien dispone lo hace en la certeza de estar siendo mirado (o escuchado) por otros y con la pretensión de determinar o condicionar esa mirada. La consciencia de ser mirado altera el comportamiento o la construcción “espontánea” para dar lugar a un actuar para el otro, o bien la actuación y la construcción son intencionadamente alteradas en busca de esa mirada. Lo teatral se asocia a lo artificioso. Al identificar lo teatral y lo artificioso estamos refiriéndonos a la percepción de un exceso en la construcción, un exceso en la voluntad de atraer o fijar la mirada del otro. Y lo que ese exceso delata es la presencia de un cuerpo que construye el artificio. Paradójicamente, no es lo artificioso lo que destaca como excesivo, sino la corporalidad que subyace al artificio, es decir, el resto de “organicidad” (carne, movimiento, memoria) que ha quedado prendida en el fingimiento o el engaño.