Mímesis I. El cuerpo fracturado

 

La danza moderna se anuncia en los primeros años del siglo XX como una liberación del cuerpo femenino respecto a los códigos y constricciones del ballet clásico. La disolución de los códigos es paralela a la que en esos mismos años se está produciendo en el ámbito de la pintura y de la música y que conducirá al descubrimiento de la abstracción y a la atonalidad. Pero en el caso de la danza, no se trata de una cuestión de formas en las que se plasma el espíritu, se trata también de una rebelión orgánica, que es también una afirmación política del cuerpo y de su dínamis, es decir, de su fuerza, de su poder, de su potencia. Difícilmente esta afirmación podía ser aceptada sin resistencias, de ahí que al cuerpo libre y potente se opusieran desde el principio las imágenes del cuerpo histérico, del cuerpo grotesco, del cuerpo fracturado o del cuerpo inmovilizado y reducido al estado inerte del maniquí o de la muñeca. La danza desempeñó un papel relevante en la invención del arte escénico del siglo XX. Isadora Duncan fue hasta cierto punto consciente de ello cuando, recíprocamente, consideró que el futuro de la danza pasaba por su retorno al teatro, pero a ese teatro del equilibrio perfecto entre música, drama y cuerpo que fue la tragedia griega. En los orígenes rituales del teatro griego, cabe reconocer dos acciones que en muchas ocasiones aparecen inevitablemente mezcladas: el danzar (orkésastai) y el mimar (mimésastai). El danzar incluye cualquier movimiento rítmico, comenzando por el caminar, y puede ocurrir en una situación teatral (de observación) o no. La mímesis consiste en la encarnación por parte del danzante de un dios o un héroe, frecuentemente gracias al uso de máscaras, aunque también existen procedimientos de disfraz que excluyen la máscara, como el de las mujeres atenienses que representan a las ménades en los vasos de las Leneas[1]. [...]

 [1] Francisco Rodríguez Adrados. Fiesta, comedia y tragedia. Madrid: Alianza, 1983, p. 374.

 

Louis Lumière: Danse serpentine (1896)
Sonia Delaunay: Dubonnet  (1914)
Maruja Mallo: La verbena (1927)
Germaine Dulac: La Coquille et le clergyman (1928)
Salvador Dalí: El gran masturbador (1929)
Hans Bellmer: Die Puppe (1934)
 
 
 

 

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